ASAMBLEA EN LA CARPINTERIA




Cuentan que, a media noche, hubo en la carpintería una extraña asamblea. Las herramientas se habían reunido para arreglar las diferencias que no las dejaban trabajar.

El Martillo pretendió ejercer la presidencia de la reunión, pero enseguida la asamblea le notificó que tenía que renunciar:

-No puedes presidir, Martillo – le dijo el portavoz de la asamblea -. Haces demasiado ruido y te pasas todo el tiempo golpeando.

El Martillo aceptó su culpa pero propuso:

-Si yo no presido, pido que también sea expulsado el Tornillo, puesto que siempre hay que darle muchas vueltas para que sirva para algo.

El Tornillo dijo que aceptaba su expulsión pero puso una condición:

-Si me voy, expulsad también a la Lija, puesto que es muy áspera en su trato y siempre tiene fricciones con los demás.

La Lija dijo que no se iría a no ser que fuera expulsado el Metro.

Afirmó:

-El Metro se pasa todo el tiempo midiendo a los demás según su propia medida como si fuera el único perfecto.

Estando la reunión en tan complicado momento, apareció inesperadamente el Carpintero que se puso su delantal e inició su trabajo. Utilizó el martillo, la lija, el metro y el tornillo. Trabajó la madera hasta acabar un mueble. Al terminar su trabajo se fue.

Cuando la carpintería volvió a quedar a solas, la asamblea reanudó la deliberación. Fue entonces cuando el Serrucho, que aún no había tomado la palabra, habló:

-Señores, ha quedado demostrado que tenemos defectos pero el carpintero trabaja con nuestras cualidades; son ellas las que nos hacen valiosos. Así que propongo que no nos centremos tanto en nuestros puntos débiles y que nos concentremos en la utilidad de nuestros puntos fuertes.

La asamblea valoró entonces que el Martillo era fuerte; el Tornillo unía y daba fuerza; la Lija era especial para afinar y limar asperezas; y observaron que el Metro era preciso y exacto. Se sintieron un equipo capaz de producir muebles de calidad. Se sintieron orgullosos de sus fortalezas y de trabajar juntos.

Aplícate el cuento” – Jaume soler y Mercè Conangla – Ed. Amat.

EL PRESENTE PUEDE SER MEJOR

 Los viejos aseguran que todo tiempo pasado fue mejor. A los jóvenes les parece improbable que eso pueda ser cierto, pues serían incapaces de vivir sin las nuevas tecnologías. Pero lo que los viejos añoran no es la falta de teléfono o la ausencia de la televisión: es el modo de vida de una sociedad que se basaba en el respeto a los adultos, en la solidaridad entre los vecinos, en los negocios sellados por la palabra, en el respeto por los bienes ajenos.

En su generación el pacto social se vivía entre humanos que casi siempre reconocían en el otro la misma dignidad que ellos tenían y por eso podían salir a la calle de noche, de niños jugaban sin peligro en lotes baldíos, y los más graves peligros eran caerse de un árbol de guayabas o ser envestido por un novillo volado del matadero.

Pero los tiempos cambiaron y otros dioses reciben culto de las personas, de las familias, de los negocios, de los gobiernos. Los viejos miran aterrorizados sin entender bien qué pasó. Las nuevas generaciones intuyen que ciertas cosas no son como deberían, pero están obnubilados por el destello de la tecnología, distraídos (como algunos reconocen) por el bombardeo informativo que ni saben utilizar bien y atrapados por la carrera consumista que los exprime sin compasión. Algunos creen que nacieron para gastar.

El grado de civilización consiste precisamente en eso: en ser capaces de avanzar al mismo tiempo en desarrollo tecnológico y en humanidad, para no vivir en estados de barbarie: muy tecnológicos pero altamente inhumanos. Parte de la madurez humana consiste necesariamente en la capacidad de usar las herramientas de tal forma que no le resten a su dignidad humana. Dignidad que no se reconoce únicamente en el respeto al otro, sino en intentar, por todos los medios al alcance, de que ese otro viva cada vez mejor. Quizá, entonces, podamos decir que el tiempo presente pueda ser mejor.

 Publicado el 24 de Febrero de 2011 por Ana Cristina Aristizábal Uribe

FELIPE, EL BUEN AMIGO DE MAFALDA

 De todos los personajes de Mafalda él es uno de los preferidos, por ingenuo, fantasioso y bonachón, y porque tiene una angustiosa conciencia de sus propias limitaciones: es inseguro, sugestionable, cobarde, perezoso; todos estos rasgos lo hacen un personaje verosímil y entrañable.