EL PRESENTE PUEDE SER MEJOR

 Los viejos aseguran que todo tiempo pasado fue mejor. A los jóvenes les parece improbable que eso pueda ser cierto, pues serían incapaces de vivir sin las nuevas tecnologías. Pero lo que los viejos añoran no es la falta de teléfono o la ausencia de la televisión: es el modo de vida de una sociedad que se basaba en el respeto a los adultos, en la solidaridad entre los vecinos, en los negocios sellados por la palabra, en el respeto por los bienes ajenos.

En su generación el pacto social se vivía entre humanos que casi siempre reconocían en el otro la misma dignidad que ellos tenían y por eso podían salir a la calle de noche, de niños jugaban sin peligro en lotes baldíos, y los más graves peligros eran caerse de un árbol de guayabas o ser envestido por un novillo volado del matadero.

Pero los tiempos cambiaron y otros dioses reciben culto de las personas, de las familias, de los negocios, de los gobiernos. Los viejos miran aterrorizados sin entender bien qué pasó. Las nuevas generaciones intuyen que ciertas cosas no son como deberían, pero están obnubilados por el destello de la tecnología, distraídos (como algunos reconocen) por el bombardeo informativo que ni saben utilizar bien y atrapados por la carrera consumista que los exprime sin compasión. Algunos creen que nacieron para gastar.

El grado de civilización consiste precisamente en eso: en ser capaces de avanzar al mismo tiempo en desarrollo tecnológico y en humanidad, para no vivir en estados de barbarie: muy tecnológicos pero altamente inhumanos. Parte de la madurez humana consiste necesariamente en la capacidad de usar las herramientas de tal forma que no le resten a su dignidad humana. Dignidad que no se reconoce únicamente en el respeto al otro, sino en intentar, por todos los medios al alcance, de que ese otro viva cada vez mejor. Quizá, entonces, podamos decir que el tiempo presente pueda ser mejor.

 Publicado el 24 de Febrero de 2011 por Ana Cristina Aristizábal Uribe